Observo las luces tenues del crepúsculo, agotando su último instante de vida, resignadas a morir bajo el yugo de la noche. Guardo la imagen en un profundo recoveco de mi mente, y sólo con el recuerdo es con lo que te escribo. Porque el recuerdo a veces es más tangible, a veces parece que somos más conscientes, que aceptamos mejor la llegada de la memoria que la percepción instantánea de un momento determinado. Y es con la imagen en mi entereza, su mutabilidad en lo más interno de mi creatividad y anhelo, con lo que sangro lo que escribo.
Las luces se apagan, se marchitan. Están escondidas, puedo advertir su grácil y sutil travesura bajo un manto de estrellas que las encierra. Quién sabe si éstas serán precisamente recuerdos inmortalizados de imágenes. Recuerdos, siempre tan brillantes, siempre destacando; alumbrando la ceguera en la que nos sume el desamparo de la oscuridad.
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