Vivir sin sentir sería un sin sentido

"Sé el cambio que quieres ver en el mundo"


Pequeñas pinceladas literarias de rápido consumo


domingo, 14 de junio de 2015

Silencio

Y juraban ser felices sin complicaciones, sin pensamientos con sonrisas maliciosas que arrancaran rosas y cavaran tumbas. ¡Lo prometo, lo he visto! ¡Lo he oído! Tal vez no les creí por el temor a la visita del fastidioso vecino que suele ser la incomprensión.
Atisbar tan lejos la calma en su totalidad, en el pleno sentido que el lenguaje le otorga al concepto. Vislumbrarla frágil y lejana, como un brillo en el ocaso agazapado, alegóricamente ensombrecido por el cansancio de éstas nuestras piedras de Sísifo. 
Y en el tejer de esta tela de soledades sin galerías, de imágenes difusas, del olvido que no se olvida; de vez en cuando confieso que el sentarme a conversar con el mundo, a solas en nuestro vínculo de oraciones desechas y sonrisas torcidas, de concepciones confusas y emociones revoltosas; me fascina y satisface como el poder de un secreto guardado en nuestro ático.
Como la seguridad de la inseguridad, como este placer ambiguo que la duda nos brinda de forma esporádica.

Sin embargo, qué sería de la soledad sin un buen compañero de silencios.

martes, 9 de junio de 2015

Spinoza: sobre la felicidad

Hace relativamente poco leí un análisis sobre la teoría de la felicidad de Spinoza. No esperaba menos de un filósofo que le otorga tanta importancia a la razón, a la conciencia de causa. Su construcción filosófica, en cuanto a su parte antropológica y psicológica es bastante indestructible; gran parte gracias al orden riguroso que sus argumentos van describiendo. Aún así, hay ciertas partes que me gustaría matizar como opinión personal. ¿Que probablemente me equivoque? Es filosofía, el error es subjetivo (como todo, me atrevería a decir). ¿Que no deberíais hacerme caso al no tener el título de filósofa (o al menos filóloga, antropóloga, psicóloga...)? Tal vez, eso os dejo a vosotros que lo juzguéis. ¡Que despierte el espíritu crítico!

En primer lugar, y desde una visión completamente no-dualista del ser humano; tengo que decir que su crítica a éste me parece excesivamente simple. Entiendo querer vincular el alma y el cuerpo mediante una influencia recíproca y hacia el mismo sentido de ambos. Quiero decir, comprendo que considere una prueba que lo que resulta en positivo para la mente lo acabará siendo para el cuerpo y viceversa, y por eso son la misma realidad. Eso, en general, ya de por sí, me parece discutible. Se puede no alimentar, por ejemplo, el crecimiento intelectual y tener un físico muy labrado. O lo contrario, pasar incluso a la desnutrición por tener más tiempo para alimentar el ansia de conocimiento.
Pero olvidando y dejando un poco esto a parte; no es cierto que, el sencillo hecho de que dos elementos se entrelacen en mutua influencia, implique que ambos sean la misma realidad. Un ejemplo algo poético: un beso hace que el movimiento de unos labios vayan al compás del movimiento de otros labios ajenos. Se provocan cambios simultáneos y en la misma dirección en dos realidades completamente distintas. Y por esto mismo, me parece un argumento insuficiente.
En cualquier caso, encontramos que el alma es un ámbito de fe al fin y al cabo, lo único que nos quedan son críticas destructivas del tipo de "No hay cabida para el alma en el universo, ¿Dónde está ese mundo de las ideas?" O sencillamente "¿Acaso puedes demostrar la existencia del alma?" Sin duda, aún más ingenuo. ¿Puedes demostrar la existencia del cuerpo? Pero eso es ya otro tema.

Para continuar, una de las soluciones que mejor trata de plasmar Spinoza para evitar el descontrol emocional que supone la tristeza, y las consecuencias fatales cuando alberga en nuestro espíritu; es ser consciente de la causa de nuestras emociones. Algo me produce tristeza, y por eso lo odio; si sé por qué me produce tristeza, y por tanto por qué lo odio; ya no tendrá tanta fuerza ese odio iracundo que comenzaba a hervir en nuestras entrañas. De nuevo me parece demasiado simple. A veces saber la causa de nuestros actos sólo hace que desarrollemos una inseguridad ante nuestras capacidades, ante nuestro control de las situaciones. Nos percatamos de que hay ciertos elementos en la existencia que, al menos, nos cuesta conseguir que nos influyan negativamente. Además, existe ese mágico "poder de la costumbre", y es que una vez sueles llevar como hábito, no sólo un modo de actuar, sino incluso una forma de sentir algo, de tratar a una persona, de pensar de una manera determinada... es relativamente complejo cambiarlo, por muy bien que sepamos la causa de lo que acontece.
Si bien es cierto que conocer los por qués nos ayuda a encontrar los cómo, no es cierto que sea imprescindible ni que conlleve directamente al éxito.
Prefiero llamarlo esfuerzo, prefiero llamarlo voluntad, prefiero llamarlo re-educación. Porque es incluso ingenuo pensar que a veces la causa será única, o que será algo que esté en nuestras manos moldear.

Algo que me resultó curioso, fue la gran sencillez con la que desenvuelve e intenta desgranar las emociones primerizas, las de los primeros estadíos de vida. Si bien estoy de acuerdo en que siempre pretendemos potenciarnos y alzarnos hacia lo más alto (a veces ni si quiera sabemos la causa, lo que lo considero una prueba mayor de su innatismo); tal vez resumir que lo que nos produce alegría vamos a amarlo, y lo que nos produce tristeza y dolor vamos a odiarlo es demasiado reduccionista. ¿Acaso no hay objetos que pueden satisfacer unos anhelos y otros no? ¿Esa tristeza y alegría simultáneas lo convierten en objetos neutros? ¿O es cuestión de preferencias y de grados (nos produce más tristeza que alegría, o la alegría que nos produce nos parece más importante que la tristeza que se adviene). Podría considerarse que el niño no tiene capacidad para sentir dos emociones a la vez ante lo mismo, que esa preferencia emerge sola; y directamente siente tristeza (por ejemplo) porque lo que se le suprime es más importante que lo que se le otorga. ¡No lo sé! aún así creo que algo tan sistemático en los seres humanos siempre lleva a error. Y de ahí resurge mi conclusión.

Y así, como algo que sin decir nada en concreto dice demasiado sobre lo que nos rodea, me gustaría concluir que en el mundo lo sistemático siempre falla. Los sistemas lógicos sin ningún error no tienen ningún tipo de vinculación con la vida real, nada más que con la satisfacción de aquel que lo construye, más preocupado en conseguir que nada incoherente cruce sus ideas, que de pretendidamente mirar hacia su alrededor, donde las incógnitas y las contradicciones vuelan en el aire, casi tan abudantes como el oxígeno que respiramos.
Me queda la pregunta final: ¿Y tú, que piensas?

¿Cuestión de preferencias?

Hastío, miedo... ¿Qué odiaremos más? ¿Odiamos lo desconocido porque lo tememos? ¿Amamos irremediablemente lo novedoso porque el hastío inunda nuestro alma con lo cotidiano? ¿Y si es el miedo al hastío un miedo de mayor índole? ¿Y si tememos el aburrimiento, lo estático, la parálisis; y eso nos lleva irremediablemente a buscar aquello que ni si quiera somos capaces de imaginar?
¿Y si es sólo cuestión de preferencias? Como siempre, como nunca. El miedo se alza, ¡Ay el miedo! Qué presente estás y qué poca consciencia te otorgamos.
Tememos lo desconocido, pero el temor a la parálisis es mayor, y nos merece la pena correr el riesgo de adentrarnos en la oscuridad de unos recovecos extraños, ajenos.
¿Será siempre así? No. Los castillos de cristal, ordenados en cada ápice y en cada frágil y punzante esquina existen. Esas construcciones mentales tan firmemente sujetadas que el movimiento a ras del viento parece un sueño (o en el caso de estos señores, al temer hasta ese grado la novedad, una pesadilla).
¿Y de qué depende que potenciemos más unos miedos que otros? Tal vez lo social, la educación que se nos brinda. Tal vez el dolor. Sí, el dolor. Y luego el poder de la costumbre, que con tan poca relevancia ha sido tatuada; pero que reside en nuestra voluntad (apagándola o desnutriéndola) de forma innata, y sin percatarnos de su sutil y liviana presencia. El miedo que se viste de costumbre y pierde su estancia como punto vital y determinante a la hora de tomar decisiones; pero siempre presente, como base, y en base a él será cómo actuemos.
Miedo, miedo... ¿Cómo lograras nuestro movimiento? ¿Qué clase de oro te forja, qué clase de fuerza te conforma? Manchas nuestros objetivos con tu firma, derramas tu esencia por cada abrazo de pasión que estrechamos. Al fin y al cabo estás presente. Tú trabajo es gestar la vida. La vida como huída (lo que amamos lo amamos porque lo contrario lo tememos), pero al fin y al cabo vida.

domingo, 7 de junio de 2015

Y tengo que decirle adiós

Y tengo que decirle adiós,
A la turbia hiel de mis labios;
a las mañanas de (tu) luz,
que acarician tus trémulos brazos.
A las noches de copos de nieve,
en la desesperanza de la calles
de un otoño de marfil.

Y tengo que decirle adiós,
Al oscuro cisne que se revuelve,
a las brechas entre huídas,
a lo que mi ausencia no resuelve,
a lágrimas desencajadas,
a la imposibilidad.
Y de nuevo adiós a los otoños,
a nuestros veranos otoñales;
a tu sonrisa desencajada (que también es mía),
a una espiral que el tiempo
debe derruir con sus alambres.

Pero en el amargor de las despedidas
emergen luces que se deslizan,
que se desdoblan de entre agonías,
que apuestan por las bienvenidas.

Porque en la seguridad de la sabiduría,
que aun escasa con destellos permanece;
sé que mis buenos días los escribe,
la voluntad que en todos acontece.
Y aunque de hierro no sean
ni se conformen sus sinsabores,
se alza con ese material inmaterial
que en todos jamás perece;
uno que sin gozar de esa rigidez,
sin esa fuerza que reside
en los ferrosos brazos de metal,
siempre permanece;
frágil y moldeable cristal,
que nunca se derrite,
ni fuego desintegra;
que para ver sus ojos apagarse,
la tangible y corpórea muerte
en tus manos ha de entrelazarse.

Y esa es mi esperanza.
Y ese onírico sueño,
en mi siniestra vigilia,
con destreza me acompaña.

Y con todo lo que me rodea;
ya no sé si de la mano,
o tal vez a cuestas,
me despido para emerger,
de cenizas vomitadas resurgir,
me sumerjo para no descender,
me encierro para salir;
porque a veces ser no basta,
ya, amor, no basta así.

lunes, 1 de junio de 2015

¿Y si?

A veces me gustaría devolverte las mareas de vida que haces resurgir y desembocar en las orillas de mis grietas. La impotencia emerge entonces, presa de la intransigente incapacidad de poder darte cada ápice de la luz de las comisuras de mis labios. No puedo envolverte con toda mi ternura si no dejas de crear(me) nueva.