Atisbar tan lejos la calma en su totalidad, en el pleno sentido que el lenguaje le otorga al concepto. Vislumbrarla frágil y lejana, como un brillo en el ocaso agazapado, alegóricamente ensombrecido por el cansancio de éstas nuestras piedras de Sísifo.
Y en el tejer de esta tela de soledades sin galerías, de imágenes difusas, del olvido que no se olvida; de vez en cuando confieso que el sentarme a conversar con el mundo, a solas en nuestro vínculo de oraciones desechas y sonrisas torcidas, de concepciones confusas y emociones revoltosas; me fascina y satisface como el poder de un secreto guardado en nuestro ático.
Como la seguridad de la inseguridad, como este placer ambiguo que la duda nos brinda de forma esporádica.
Sin embargo, qué sería de la soledad sin un buen compañero de silencios.