Vivir sin sentir sería un sin sentido

"Sé el cambio que quieres ver en el mundo"


Pequeñas pinceladas literarias de rápido consumo


jueves, 27 de noviembre de 2014

Día de vigilia, tal vez de jazz.

Podría aclararte todas las dudas que mi semblante produce, que mi risa ronca y mis lágrimas amables hacen resurgir en tu alma. Tal vez podría contarte que todo es un poco absurdo, y que incluso la más nimia sensación de ahogo o de liberación (¡O cualquier sensación sin más!) se vuelven regocijantes ante unos pensamientos convulsos sobre ellas mismas. Porque todo es muy neutro, porque todo sigue su trance, su pedregoso curso.
El vaivén resulta curioso aún cuando no es razonable. Es en ese límite en el que el ensueño se torna en una realidad tangible y definible. Curiosa nuestra mente, ¿Cómo lo que nos otorga la capacidad para asombrarnos ante lo más sencillo puede aguardar ese profundo amargor en la lengua a hastío?
Sorpresa, ¿Dónde estarás escondida? ¿Tan difícil es abrazar sin demora al pensamiento, a la lógica?
Y al final tenía, paradójicamente, sentido. Si la vida eran instantes, ¿por qué la emoción de la razón no iba a ser, también, efímera?

lunes, 17 de noviembre de 2014

Al amor.

Y volvemos a cruzar nuestras miradas entre un gentío vacío que no escucha, y no puedo más que susurrarme que la realidad se deforma para llevarme siempre al punto en el que te encuentras. Pero te acabarás marchando, clamando una libertad que tu propio nombre rechaza; que por buscarla olvidas que tu necesidad es arropar los corazones de las almas quebradas que vagan en la tierra.

Tú, amor, sombra de lo absurdo; aquí estás otra vez, remendando mis retazos con una tela de ensueño. Y aunque haya de pagar con esos inquietos pinchazos sin pausa, con esa aguja que sutilmente bebe de mi sangre (o de mi ponzoña cuando no estás); el sentido vuelve cuando me siento arropar con tu manto de tela de araña, que tejes con ese cariño que es casi tan fuerte como efímero.

Y sería ilógico recordarte cómo se conforma tu esencia, como escapas del mundo acongojada de miedo; asustadiza y quebradiza como una mentira en la conciencia. Cómo resultas tan enérgica, cómo marcas a fuego lento para que jamás se pierda tu magia. Y es que en eso te basas, en el miedo al olvido, en el miedo al miedo, en el miedo a desaparecer, a que el recuerdo se desvanezca como una pútrida mota de polvo; pero no comprendes que eso nunca podría suceder, que mientras el mundo exista, tu espíritu viajará errante por nuestros más recónditos corazones; que vendrás, que escaparás, que lloraremos tu pérdida casi tanto como sufrimos a veces tu presencia, pero no hay una existencia válida en la que tus lágrimas no calmen la sed de nuestro desesperado interior.

Pero en el fondo sabes que no puedes ser de otra forma, que tus ágiles pasos se adhieren a tu alma sin piedad suscrita en la fría piedra de su ser. Que la condena de ser tan imponente, tan arrebatadoramente cálida y enfermizamente necesaria; es ser tan aleatoria y caótica como tu propia naturaleza (y la del mundo) lo traduce en su risa maliciosa. Y no es malo, para ello existimos los perdidos (y los locos) que sonríen a ésta nada en un burdo intento de volver a vislumbrar tu mirada. Y a veces lo conseguimos.

martes, 4 de noviembre de 2014

Enredadera

¿Sabéis esta sensación de sentir por nada en concreto, por la magia de sentir? ¿El revivir de un interior adormecido? ¿Sin razón, sin esperar nada a cambio? Un respiro, una esperanza por algo irracional, una pasión más allá de leyes metafísicas.
Y cuentan que al relajar la musculatura, una fuente insaciable de luz cosquillea tus pies, y asciende rápidamente hasta el abdomen. Juguetea, ríe, brilla. Sana heridas, nutre, drena la ponzoña. Y de repente se adhiere a tu entramado de dudas; las ordena, las elimina, les resta importancia. Y sonríes, y te la devuelve, cálida y risueña como sólo en un sueño se puede rememorar.
A veces dicen que la vida viaja a su lado, que sólo somos capaces de valorarla cuando su prominente cintura advertimos en la lejanía. A veces, dicen que simplemente la vida es su pelo, que nos enseña a volar en pos del viento; que nos obliga a olvidar su existencia para comenzar a palparla con nuestros exquisitos sentidos.