No se trata de ausencia, no busques entre parásitos dormidos de recuerdos olvidados. Hay una tibia férula de rosto ocre y fina mugre, de sustancia adherente que amarrada se entreteje; que mis ojos funde en el color blanquecino de una ceguera sorda, de un regusto al hedor de la soledad. Es delgada y flexible, fácilmente adaptable al contorno de tus caderas; a la escarcha de tus desgastadas articulaciones de marfil. Y te sume, y te envilece. Y la duda te conquista, porque tal vez el desconcierto de estar donde no se está realmente no es más que una pútrida muerte en vida.
Y no consiste en no saber caminar, pues has conocido otras sendas vestigiales que incluso se convirtieron en tus zapatos, alegando la pureza de una verdadera confianza.
Y tal vez sepa como arder en este mar pero las llamas no consiguen encender la lámpara de mis latidos.
Que curiosamente no me ausento, pero poseo todo excepto a mi olvidada alma en vilo.
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