La fuerza de lo circular, la permanente e imperecedera circunferencia que estructura cada contorno visible (y los que no vislumbramos también, sería ingenuo pensar lo contrario). Cómo damos vueltas, cómo oscilamos entre lo similar. Cómo volvemos, retrocedemos; sin ni si quiera frenar, sencillamente alimentando lo que con anterioridad se produjo. Sólo recordamos lo que nunca sucedió porque no hay forma de que suceda y anhelamos lo improbable, amamos lo intangible. Todo ocurre, y todo se vuelve a nutrir con el ímpetu de un reencuentro.
¿Por qué no alimentar el amor de nuestros incandescentes latidos, entonces? Amando amar; recreándose, resurgiendo y emergiendo entre sus dedos: única forma de encontrar el amor en lo exterior. Para asombrarse del brillo de la vida tenemos que ser capaces de sacar el pincel y tintarla de nuestra propia purpurina.
Linda necesito que me llames
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