Clavaron sus estrepitosas miradas,
que llenas de nada se erguían,
pretendiendo derramar la sangre pálida,
de los cerezos del amor, de la vida.
Vacías y huecas y estrepitosas miradas,
cómo querer vuestras espadas de bronce.
Pero no me dueles tú, vieja España;
eres tú el que me duele, hombre.
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