Esa sucia estampa
de niña rica de bar,
de princesa rota
bajo las luces de coral
de la calle y su pelaje.
Esa sucia muchacha
de ojos claros y tristes,
de lamentos de copas
y perfumes tristes,
y tabaco de liar;
y esquinas angostas,
y recuerdos torcidos
entre herrumbre y soledad.
Que no sabe escribir,
que no sabe gritar;
que se dejó olvidada la vida
en la memoria del mar,
que se intentó coser
las lágrimas del suelo,
pero dime cómo se cose
siendo solo aguja
y cristal.
Dime cómo se canta ya
si no se sabe de música,
dime cómo se llora
si regaló su río
a su musa;
que perdió su ser,
que se dejó vencer ,
que ya no quiere ser quién es,
o no sabe
o no lo recuerda;
escuálida y frágil
cree que su único velcro
son los labios ajenos,
las manos suaves,
los besos.
Pero como quien busca
un pez en el agua,
arena en el desierto;
ella solo conoce la sed
sin aliento,
solo encuentra
los hilos a medias,
los puños cerrados,
los ojos de hastío,
y las heridas abiertas;
cree que se abraza
entre hombros de paja,
y caricias de viento;
porque ella al final
solo
es
tórrido
hielo,
y no hay nada más
que sus ojos negros
reflejados en los tuyos
de acero.
La gran diferencia es que los tuyos son vacíos
y los suyos son miedos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario