Hay una frase que me martillea las pesadillas haciéndoles cobrar ese tinte oscuro de realidad que desdeño. Me acosa por las noches; y se esconde en mis párpados, despeinándome las pestañas, quitándole el sitio a mis legañas. Me coge la mano y acaricia mis ideas, se adentra en los profundos surcos de mi cerebro y se apiada de la fuerza de mi voz, de la soledad de mis pensamientos más recónditos.
Cuando despierto, sólo puedo mirarme al espejo a ver si mis mejillas humedecidas avalan su esencia mortífera. Y sólo a veces estoy realmente segura de su veracidad.
Porque, querido, "tengo tus ojos ámbar tatuados en las grietas de mis lágrimas".
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