Qué sería yo sin cerrar los ojos y mirar al cielo,
sin calles desiertas, tilas amargas;
y cafés en la estación.
Que sería mi vida sin correr el velo,
sin trasudar lágrimas, sin parar la marcha;
sin dar la vuelta, cambiar de vagón.
Qué sería de mí sin los otoños y las hojas,
sin mis cortinas sucias de recuerdos,
sin espejos enredándose y besando el cajón.
Cómo sería yo sin tenerte entre sombras,
sin pintarme las mías, entre las sobras
de pecados y un raído armazón.
Tengo la obsesión de querer, de mirar,
de hundir los pies en la tierra,
de poner por encima mía el alma
y el corazón.
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