Yo,
que nunca estuve sola
que nunca me faltaron coplas
ni copas donde ahogar
la burda existencia que nos viste
y nos vuelve a desvestir
al compás.
Yo,
que siempre tuve hombros
que pegaban mis escombros
a base de lágrimas derruídas
y trozos de cristal.
Mi vida,
que siempre estuvo llena
de lápices y cometas
de dibujos y palabras
detrás de tantas barreras
negras
y oscuras zarpas de gata
que arañaban mis latidos
y sangraban mi besar
Mi vida,
tan cargada y tan efímera
tan pobre pero tan rica
de flores latiendo
y latidos aflorados
Quién lo diría
que iba a ser la poesía
la que me regalase el beso de la muerte
y ese abrazo final.
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