Me gusta tu lengua ardiente
encendiendo hogueras entre mis comisuras.
Los giros blancos de tus dientes
y los remolinos de tu pelo,
los montes de tus palabras en mis orejas
acariciando mi locura,
el sabor a sal quemada de tus lágrimas
y cómo las absorbo en silencio,
esperando saciar una sed que se alimenta de tu perfume.
Me gusta tu piel desnuda por la mañana
y la manera de atraer al pincel de mi sensibilidad,
y la forma en la que se convierte en un lienzo,
en el lienzo;
me gusta arañarlo y mordisquearlo,
dibujar montes y caderas,
rodearlo de matices y sombras,
casi tantos como en tus pupilas exaltadas de embestidas,
como en el sinuoso éxtasis en el que te vuelves música.
Me gusta tenerte cerca para respirar tu aliento,
y que se convierta en el oxigeno que me revuelve
y me salva,
y respirar el contagioso sonido de tu risa,
y ver como rompe con el ambiente y lo hace trascender.
También me gusta el nudo de nuestros dedos,
ligero y fuerte como un guante,
suave y tosco como mis piernas abalanzándose a tu cuerpo,
o mis heridas cerrándose con tus gemidos,
o mi deseo volviéndose carne
mientras pierdo el sentido (o lo encuentro).
Me gusta tu boca en mi tinta,
la tinta de tu boca,
y escribir poesía con tus pestañas.
Me gusta que seas poesía
y poder tocarte,
y esa forma que tenemos
de ser arte al tocarnos.
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